Poeta, ¿Cuándo vendrás a aliviarme esta angustia? Que se me expande por el rostro pálido –como de desmayo- La noche me aterra, porque es prolongada.
Larga noche, como larga es la agonía de que no llegue mañana.
Poeta, tienes minados hasta los sueños y sigue sin amanecer. Todo se vuelve tinieblas, porque me dediqué a hablar de la muerte de todas formas, menos como inherente a la hoja donde ahora mismo redacto. No entendí que hasta la poesía se torna prescindible, cuando el hombre al que amas, se bate en duelo con el reino de la posibilidad, y ya no te canta, ya no cura, ya no te convence de que todo está bien, ni la ausencia comprendí hasta que un día tenía el corazón en las manos, expulsado y agonizante ante la primera plana de la Jornada, con el encabezado escrito con sangre. Y quise correr, detener la escena perpetuamente que me vio arribando a tu Estado.
Poeta, es hora de quemar las naves en este país, que es tan mío como tuyo, es hora de quemar las naves para no tener modo de escapar, porque el exilio a causa de no rendir pleitesía a un gobierno líquido, se goza.
Poeta, donde estés sabe de cierto que mis pasos nunca tendrán más rumbo que la elección de la libertad… Todo vale la pena cuando te escucho respirar, cuando laten mis labios en los tuyos.







Cayetano entra a una burbuja de olvido consciente, su catarsis fluctúa entre la vida y la muerte, el resto… nos mordemos los labios secos de angustia.












Santoral del Sábado: Betty, Lola, Margot, vírgenes perpetuas, reconstruidas, mártires provisorias llenas de gracia, manantiales de generosidad.
En el lugar que oficias a la verdad y a la belleza de la vida, ya sea el burdel elegante, la casa discreta o el camastro de la pobreza, eres lo mismo que una lámpara y un vaso de agua y un pan.






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