miércoles, 23 de febrero de 2011

AmAndA


Amanda anónima y carcomida, naciste con una condena implícita, más letal que la muerte misma: Ser mujer, mexicana, y trabajar en la maquila. Haber nacido en un país sin leyes, donde no hay instancia ni jurisdicción que proteja ni a las putas ni a las santas. Haber nacido hembra, ése fue tu delito.

La necesidad te movía, ya se te veía de lejos que cargabas la muerte en la médula espinal, ya

olías a sangre…

Amanda, cuéntanos por dónde sangrabas más ¿por la boca o por las uñas? Dibújanos la escena que evocaste al lado de tu madre cuando eras niña, para evadir la violación, describe para los magistrados el grosor del látigo que te azotó y para las diputadas que no imaginan por lo menos dolor símil, háblanos de cómo se siente que revienten los pulmones a causa de la asfixia asistida. Pinta a tu sociedad la escena de las flemas que te arrojaron a la cara, a todos relátanos la sensación de ver arder tu carne que nunca probó libertad y póstuma no probará justicia.

No culpes a tu pueblo, Amanda, que sólo se conmueve si es varón al que crucifican, que tu sombra no nos condene, por no hacer más que justificar tu martirio con la creencia de que a ti te corresponde ir al cielo por estoica ¿y a dónde más podrías ir? Si como muchas, en tu sexo encontraste la frontera.

Permite a tu madre regalarte rezos para tu descanso perpetuo, para que el consuelo y la resignación la abracen algún día, para que la aflicción disminuya y a la tierra deje que te reintegres, así como lo hicieron las madres de tus primas, tías y compañeras de ruta.

Coge las hojas como lienzo para retratar la agonía y la tinta como frazada, pues no encontrarás más calor en la senda de la muerte a la que estás condenada sin reparo.

Perdónanos Amanda, por ser cómplices de tu asesinato, porque el silencio fue el arma con la que más te herimos y la omisión el tiro de gracia. Por haberte arrojado como se hace con los no identificados, al hoyo negro sin retorno.

Amanda, princesa sin velo, mujer inconclusa, yo también vi a la bestia, se colapsó su imagen en tus pupilas incendiadas, yo también escuché esa noche tu pulso que reventaba y vi como el viento

y la tierra se acurrucaban uno junto al otro para evitar morirse del espanto.

Todas somos tus hermanas, guía y alimenta nuestra lucha con tu cuerpo como estandarte, que tu rostro de niña está tatuado en la bóveda celeste. Que enseñemos las letras que no aprendiste, y desterremos a la bestia mentirosa que seduce y se esconde.

Amanda, no estás muerta porque ya de ti nos acordamos, porque ya hemos llorado tu llanto.

Ahora hay un alma más que no concibe tu asesinato, y suma su lucha y causa a la mía… que es la tuya.

Duerme Muerte


Duerme muerte, duerme que ya tienes resguardo.

Duerme muerte, que las nanas te canta una nación que bebe llanto y que amanece noche, que toda invocación y plegaria fueron sepultadas y nadie tuvo tiempo de elevar.

Duerme muerte, duerme que las negruras crecen y que las madres de los muertos, te lavan los domingos el delantal y las balas, para que te duermas. Acurrucada en sus senos lechosos que te ofrecen, que esas madres ya no tienen hijos, y de sus nombres, sólo tienen el tuyo como recuerdo.

Duerme muerte que palpitas con las aguas y las tierras, que respiras agitada porque en México no hay descanso para tu paso, duerme tus sobresaltos que asaltan y tu mala hora.

Duérmete muerte y cose a tu almohada y a tu cinto los nombres de los que te legitimaron como política para que no termines por dejar los huesos y las flores de cementerio como juguetes a los niños que nacieron condenados a tu sombra.

Obra pictórica de Eugène Delacroix (1798-1863)

La muerte de Sardanápalo (1827-1828)