martes, 14 de septiembre de 2010

Lírica para Vicente Nario


La ciudad amanece, nunca duerme desde que las pretensiones de la modernidad le taparon el pico a sus aves, y anda hambrienta desde que sus primogénitos decidieron embotellarle los frutos.
También desnuda la dejaron cuando la vendieron a Estados Unidos, violadas... dejaron a sus hijas que crecieron cubiertas con el llanto del sauce.
Así, las enterraron: A la patria, el pueblo y las niñas. La cubrieron con asfalto, y la lluvia artificial borró su historia. El ruido de los autos y las ambulancias, ocultó e hizo inaudible su gemido.
Con la gotita de sangre que nos quedó en las entrañas, pagamos a las transnacionales y a falta de madre, acogimos a una geisha para que nos amamantara, (así llegó la occidentalización).
Escupimos nuestro pasado, y sobre las naguas de las indias. Regalamos nuestras plazas y merados para que les pusieran nombres gringos y nos prohibieran en ellos hacer el trueque y gritar a las marchantas, ¡lleve su fruta fresca, su requesón y sus nopales... lleve flores!
De mi piel color de barro, sentí vergüenza e hice reproche de mis ojos color de noche. Me cubrí la nariz, herencia de mi bisabuela nacida en Tula (a propósito de la influenza). Me compré un dios blanco y barbado (parecido a Hernán Cortes) y le llamé Padre.
A la hembra separé de su virtud de milpa fértil, de germen y diosa, la empleé entonces en la industria y la maquila, un discurso feminista argumenté para esclavizarla creándole nuevas necesidades e insatisfacciones.



Seleccioné de forma refinada mis gustos musicales y el latido de Tonantzin me resultó estridente.
Apelé a la ciencia para explicar el tránsito lunar (desde entonces dejé de asociarlo con mi ciclo menstrual).
Tengo extrañas visiones ahora que transito estas calles, me llega de golpe un sentimiento ajeno-propio.
Comprendo luego, que cuando la tamalera oferta sus tamales, grita ¡Justicia!, cuando el niño llora de hambre, recuerda a lanza que en la conquista atravesó el pecho de un guerrero y es la misma lanza, que sigue atravesando el pecho del obrero, el desborde del río nos cuenta de nuestro origen, y recrea la batalla que se dio hace 200 años, y que hoy más que nunca está vigente, porque muchos forasteros y ladrones se quedaron a ocupar estas tierras. El color de los malvones y las amapolas nos evoca el orgullo imperante de la belleza con que nuestras mujeres portan sus chincuetes.
El llamado de la patria y la soberanía que nos fueron secuestradas, se hace manifiesto por escrito y está penetrando en la conciencia colectiva.
No celebraremos independencia, mientras haya tanto muerto a causa de un yugo extranjero en la frontera y por todos lados, pintarnos el cuerpo de verde, blanco y rojo, será una burla, mientras nuestros niños sigan siendo tatuados con la bandera china y vendidos sean a la corona española, no hay centenario, ni bicentenario que celebrar, mientras las causas por las que se luchó, sigan siendo utopía.
No celebraremos quimeras, no celebraremos gusto porque la clase trabajadora siga siendo subyugada, y escupiremos sobre sus “incentivos binacionales con sabor estadounidense”.
Porque señoras y señores, ¡ya basta! De mentiras que sabemos que lo son, y nada hacemos para hacer saber que lo sabemos.
Basta, de engañarnos con que en México se goza de libertad de expresión, mientras sigan decapitando y torturando periodistas y reporteros, paradójicamente porque ellos si hacen su trabajo.
En esta fiesta que se asoma, no dejemos que nos hagan olvidar el luto de nuestros abuelos y abuelas quemados por la cruz y la evangelización. Cuando entandamos lo que Carlos Pellicer expuso cuando dijo, “Los españoles no nos trajeron la cultura, nos trajeron su cultura”, comenzará el verdadero festín por la independencia ideológica, cuando dejemos de sangrar a nuestros hermanos, habrá barullo en las aguas. Cuando el pueblo deje de pedir traducción y traduzca, cuando exija que sus riquezas éticas, económicas e intelectuales, le sean devueltas. Nuestros ancestros y los que vendrán de nosotras, gritarán de regocijo.
Y es que seguro usted está de acuerdo conmigo, en que se equivocan los slogan al decir “Todos somos México”, porque México es territorio en guerra sucia y sangrienta, no somos México rojo, México muerte, México minado.

Cuando nos organicemos, quitaremos la loseta, limpiaremos el chapopote de los rostros de los anónimos, y se escuchará en los adobes y canteras: ¡LIBERTAD!

Región Mexiquense, septiembre 2010.