domingo, 9 de enero de 2011

Morelia 12:10 (Publicado en Región Mexiquense dic. 2010).


Reflectores puestos en las fiestas navideñas, pausas que colocan puntos finales a los insabores y dolores propios y ajenos, carpetazos, muertes –muchas-, que se reducen a una fría estadística a la que parecemos acostumbrados.

Seguimos creyendo que el confort será el que nos aleje de ser parte del problema, que los gases y las lumbres están lejos, que las granadas y las balas están lejos, aunque nos dejen sordos o atraviesen.

Ante el inocultable Estado de sitio, no podemos desligarnos o evadirnos… Ahora más que nunca debemos reivindicar las miradas y las voces, al igual que los compromisos cotidianos con nuestro momento histórico, como lo hace el Poeta del Caos, y sus letras, preocupadas por el acontecer en Michoacán, México.

Un exhorto explícito a dejar de omitir el análisis, la reflexión y el mismo espanto del que procuran alejarnos los medios y la política.

Una voz fresca pero ácida que devela desde las entrañas, escenas e imágenes que seguro nos suenan familiares.

Vi con horror al levantarme entre la gran nube de humo negro, que todos habían callado definitivamente, como lo habían hecho paulatinamente mientras vivían.

Todos habíamos callado: Estaban los autos frente a la Universidad, el "recinto del saber" que a voces de todos se había vuelto el recinto de "la corrupción, la conveniencia, la indiferencia". Universidad de egos y proyectos truncados por paros que consumen los presupuestos otorgados por el “gobierno del cambio y promulgados a través de los valores del Cardenismo”. Callamos todos, guardamos silencio, ahí, cuando los sindicatos tomaron nuestra Universidad impunemente, cuando el hermano del gobernador de nuestro estado fue mostrado en una grabación haciendo acuerdos con aquellos que asesinaban a los nuestros, al vecino, al prójimo, al próximo, que por miedo convertimos en el anónimo; callamos cuando veíamos a gente fumando marihuana, inhalando cocaína, inyectándose éteres del delirio, consumiendo los ojos que se cerraron para siempre ese día. Pensamos que era inocente, pensamos que a nadie hacíamos daño, subjetividad, elección, libertad, esas banderas se alzaban mientras nosotros les comprábamos las armas a las fuerzas contrarias.; callamos todas las noches, con miedo, cuando oíamos las patrullas pasar, cuando nos enteramos que habían soltado una granada, cuando nos pusimos un cubre bocas aterrados por una epidemia que sólo dejó 145 muertos en todo el país.

Todos habíamos callado, por eso sólo sonaban los ruidos de las balas, por eso ahora sólo aullaban las sirenas de las ambulancias. Callamos y nos hicimos a un lado para dejar espacio a los cadáveres, a los ríos de sangre que ya huelen a tinta negra para los pulgares que votaron por su “democracia” y su “libre partidismo”. Pero eso, ellos, los del Sol amarillo manchado de rojo, los del Pan de los ricos, los de la revolución institucional que nos tapaba los ojos, voltearon nuestras miradas a los televisores, y nos hicieron un circo de vicios y escándalo, de consumo y humo. Pero este humo, negrísimo, como el cañón de un revólver apuntando a nuestras sienes, nos abre los ojos, y vemos que no había Sol, que no había Pan y que los agujeros seguían ahí, donde siempre, como los habían visto siempre nuestros abuelos, tragando migajas, rezando el credo, siguiendo “la bola”: ni justicia, ni tierra, ni libertad.

Habíamos aprendido a agachar la cabeza, a portarnos bien, a no decir nada. Ahora cuando podemos hacer uso de nuestra servil costumbre para no ser alcanzados por las balas, no debería extrañarnos que nos arrojen al ejército en las espaldas. Nos silenciaron los intereses académicos, las pugnas personales, nuestras alegrías pequeñas (siempre maravillosas), nos silenciaron los monitores.

Vemos los televisores en silencio, frente a la pantalla de esta computadora escribo esta elegía en silencio. ¿Por qué me sorprende entonces haber callado? ¿Por qué me indigna el enmudecimiento del horror? Dejamos entrar al enemigo en nuestras casas. No es un gobierno corrupto y ambicioso contra unos bandidos desesperados y mal entrenados. Es una sociedad muda que ha olvidado que corresponde a ELLA. ¡A ella y no a los gobiernos, a ella y no a la policía! Ser consciente de la violencia en la que es sumergida a diario. Violencia multidireccional, de izquierda, de derecha, de centro, de arriba en los cielos, de abajo en los barrios.

¿Y qué te dicen cuando comulgas en la iglesia cercana construida con dinero de aquellos que usan las armas? “Reza”, “Ten fe”, “Recupera los valores cristianos”. Rezos dirigidos a un ejército de santería. Fe que es la misma con la que se dan a diario los “tiros de gracia”. Valores mortíferos, palabras vacías en las que caben hasta las balas.

Vivimos el gobierno totalitario de la violencia, y no saldremos de ella con vida a menos que nos alcemos, no en armas ¡LA VIOLENCIA NO NOS SACARÁ DE SÍ MISMA! A menos que dejemos de callar, de voltear la vista, de superar para estar bien, a menos que dejemos el escepticismo, la crítica baldía.

Todos hemos callado y nuestro silencio ha dejado paso a los disparos y los discursos hipócritas. Es hora de empezar a alzar la voz, aunque no seamos nosotros, como individuos, a prueba de balas.

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