
Venir a esta ciudad para constatar que existes, que creces que naces y me amas.Venir adivinando la escena, y maleando el mal presagio que la mente torna amargo cuando se vuelve intransigente.Venir a asegurarme de que lo que cuentan los viejos textos es tangible –que eres parte de mi carne, de mis huesos y mi más honesta causa, (alterna que se pronuncia de todas formas y que la gente está triste y que les duele algún dolor)-.Amarte al fin, con esa franqueza con que tocas lo intocable, con ese delirante modo con que besas y sanas el malestar que me acongoja, curas, consuelas la vista, reanimas… lates.
Me comes y alimentas, me ocupas.
Me voy, y ya siento ese llanto que se lleva en la garganta desde que uno nace, y se reserva para cuando te sabes ser humano, que se reserva para las despedidas que no dan tregua a la frialdad que te pertenece, no se evita, no se guarda.
¿Haz visto el dolor de las raíces, cuando las desprenden de las entrañas terrestres?
Pues tal cual se empecina mi espacio en desgajarme, en devolverme a estos vientos opacos, y fatales si no estás.
Se apagan las luces, se recrea el momento… Ya no estoy lejos, ya estás aquí.